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domingo, 2 de octubre de 2011

Qué hermoso fin de semana, la verdad. Cabe aclarar que prevalece la ironía, of course. A la mañana rendí el primer parcial de química y me fue para el orto, sí. Con suerte llego a un dos. Salgo de rendir, voy a mitad de cuadra y veo el colectivo en la esquina. Corro. Sí, me vió. No, no me vio un choto, el muy puto cerró la puerta y arrancó nomás. Un genio, la verdad. Media hora de espera hasta que al fin se dignó a aparecer otro medio de transporte. Hasta las manos. Subo, pongo la tarjeta (odio utilizar eso verbo, pero el otro que se me ocurre para describir la acción tiene una extremada connotación sexual, créanme) y la muy forra marca error. Fuck. Espero a que los demás pasajeros saquen boleto y me dispongo a sacar las monedas. Y me acuerdo que no tengo monedas como de costumbre. Apenas llegaba a cincuenta centavos. Abro el bolsillo de la cartera y rescaté un par. Van pasando y cuando faltan veinte centavos me quedé sin monedas. Manos en los bolsillos, en la cartera, en el monedero, y nada. No hubo caso. Estaba roja de verguenza. Por suerte el chabón que estaba atrás se apiadó de mí y me dio lo que faltaba. Llego a casa. Me conecto. Estaba tan feliz. Me entero que mañana no salgo. La puta madre, otra vez lo mismo. Y acá estoy, frente a la computadora, odiándome por ser tan idiota e ilusionarme de la nada, odiándolo por ser tan lindo y poderme tanto.

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